Cuestiones de principio
Cuando el nuevo presidente de Estados Unidos tome posesión el día 20, habrá llegado el momento de dejar atrás la exasperación y la tensión que han rodeado la figura y la elección de Trump. Va a ser difícil, porque la Presidencia de Trump es resultado de esa misma polarización. Por parte de Obama, que ha hecho de estos ocho años un experimento de multiculturalismo identitario, tan abrasivo como arrogante, que ha provocado el hundimiento del Partido Demócrata como en general le está ocurriendo a la izquierda en el mundo desarrollado. Y por parte de Trump, que con un personaje desorbitado ha dado voz a las muchas personas hartas de ser tratadas como los desechos deplorables de una Historia escrita de antemano y destinada a triunfar pasara lo que pasara.
Pues bien, no ha triunfado. Más bien se ha estrellado en el gigantesco continente americano, el soporte de una sociedad que una y otra vez, desde los años 70, viene formulando su voluntad de permanecer fiel a ciertos valores, entre ellos los propios de una nación unida, y que no está dispuesta a seguir siendo la que pague –con sus propios jóvenes- el mantenimiento de un orden mundial supuestamente “liberal” que no ve claro en qué le beneficia. Es decir, una sociedad que piensa abiertamente en términos de interés propio.
Estaría bien que los entusiastas de Obama empezaran a comprender que lo que ahí se ha expresado no es un residuo, algo despreciable o lindante con el fascismo (al que Trump es alérgico por naturaleza). Como eso no va a ocurrir, porque se seguirán creyendo los únicos legítimos dueños de la Historia, habrá que esforzarse más aún por mantener la cabeza clara e intentar comprender lo que está ocurriendo.
Trump, su gabinete y el Partido Republicano tienen la oportunidad de contribuir a formar algo nuevo sobre las ruinas de lo anterior: un mundo con naciones que no renuncian a serlo, con libertad individual, es decir con personas dispuestas a asumir sus responsabilidades, y tolerante de verdad, no como el que vamos viendo, en el que sólo se tolera al que piensa, habla y se comporta como yo. De fondo, hay algo valioso que los norteamericanos han conseguido rescatar, que es una combinación, muy antigua, de espíritu cívico, escepticismo y gusto incorregible por la independencia. Sólo por eso vale la pena lo demás.
La Razón, 17-01-17