La ciudad más sexy del mundo

Cada día, 700.000 personas van y vienen de Hong Kong a Shenzhen, la gigantesca metrópoli vecina. Ahora bien, según el Wall Street Journal, el domingo, cuando casi dos millones de ciudadanos de Hong Kong (de los siente que forman la población) se manifestaron para defender su sistema de libertades, nadie en Shenzhen tuvo el menor gesto de solidaridad. Más bien al revés. En el interior del país, Hong Kong suscita recelos, tal vez un poco de ansiedad.

Hong Kong, que ya era muy distinta de China en tiempos de la dictadura maoísta, lo ha venido siendo cada vez más. Con la liberalización de los años 90 llegamos a pensar que el crecimiento económico, el surgimiento de una clase media y la sofisticación de la población traerían la democracia liberal. Al fin y al cabo, es lo que había ocurrido en España. No ha sido así. Ni la prosperidad de China ni su integración en el comercio mundial, ni la confianza conseguida en estos años han llevado a la sociedad china a exigir mayores cuotas de libertades públicas.

Los parámetros políticos admitidos por la población china son inaceptables –al menos por ahora- para los occidentales que viven en democracias liberales. Eso sin contar con brutalidades como las cometidas en la región de Sinkiang con el fin de “reeducar” a los musulmanes uigures.

En Hong Kong se han aplicado  medidas represivas de otra índole… que siempre han sido respondidas por la población. El enfrentamiento ha suscitado una evolución en una ciudad cada vez más occidental en cuanto a la percepción de su identidad, centrada más que nunca en los valores democráticos y liberales. (Lo ha explicado bien Jaime Santirso). En el fondo, China sigue fiel a sí misma… y Hong Kong también, porque el pequeño territorio –la ciudad más sexy del mundo suele decir un amigo que conoce muy bien el país asiático- ha ido profundizando su fidelidad a aquello que considera propio.

En estas circunstancias, las democracias liberales tienen una especial responsabilidad para los ciudadanos de Hong Kong. No se trata de rescatarlos ni de enfrentarse a las muy poderosas autoridades chinas. Habría que encontrar la forma, en cambio, de hacer saber que nos sentimos próximos a quienes no quieren ceder en aquello mismo que a nosotros mismos nos constituye como sociedad y como comunidad política. Nunca como en este caso se podrá decir que nosotros también somos Hong Kong.

La Razón, 22-08-19