La evocación el romanticismo por Christian Gerhaher

Para su nuevo recital en el Ciclos de Lied del Teatro de la Zarzuela, Christian Gerhaher y su pianista habitual, Gerold Huber, descartaron cualquier canción alemana. Algún purista andaba protestando antes del concierto, aunque es de suponer que cambió de opinión a la salida. Y es que el “Liederabend” (velada de canciones), esta vez sin lieder, de Gerhaher fue, como mínimo, tan espléndido como sus numerosos conciertos anteriores.

Mélodies francesas para empezar y para terminar y, en medio, canciones poco frecuentadas de Chaikovski y Pavel Haas, con algún Chopin intercalado. Los motivos de la elección quedaron claros a medida que se desarrollaba la primera parte. Las siete canciones de Fauré nos situaron en un universo bien conocido de evocaciones, sutilezas y matices evanescentes, que el barítono alemán domina como nadie, con un instrumento de centro perfecto, fluido y medias voces asombrosamente expresivas. Le aporta una elegancia muy particular, que le permite abordar lo que en estas piezas hay, más aún que de evocación, de movimiento puro, inasible e indefinible como un perfume. La emoción se revela así como un brillo muy tenue difuminado tras una belleza que sólo lo es si se esfuma de inmediato en lo inefable. Maravillosa versión la de las tres canciones sobre poemas de Verlaine, ligera como una sonrisa la del poema de Víctor Hugo y extraordinariamente emocionante el Sully-Prudhomme, del que Gerhaher extrajo toda la sentimentalidad desde un artificio que desaparece en el mismo momento en que se hace presente.

Con las canciones de Chaikovski el barítono y su compañero continuaron por esta vía: la de una vuelta a las emociones románticas desde la pura musicalidad de la música hecha danza. El dramatismo fue en aumento desde la primera “De nuevo, como antes, solo”, hasta “Sobre ardientes cenizas” y “Ni una palabra, amigo mío”, pero nunca el cantante perdió la raíz de la emoción estética, tan conmovedora en la aparentemente sencilla “Canción de cuna” y en el muy breve, ¡pero de qué intensidad!, “Mi genio, mi ángel, mi amigo”. Tres mazurcas de Chopin, expuestas con vigor extrovertido, dieron el perfecto contraste para esta vuelta al romanticismo desde un mundo que ha dejado de serlo, para siempre. (…)

 

Seguir leyendo en Ópera Actual, 31.-01-24

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