Y Trump iba en serio…

Desde hace pronto cuatro años hemos asistido al sistemático desprecio a Trump y a lo que Trump significaba por parte una opinión pública -la aplastantemente mayoritaria en los medios- que lo ha considerado un error de la Historia, un borrón del que un día u otro nos despertaremos para volver a otros tiempos, más felices, allí donde gobiernan los que se lo merecen desde siempre. Tan seguros han estado los progresistas de esta victoria final de su Historia que, como ha demostrado las chapuzas demócratas de Iowa y del proceso de destitución, ni siquiera se toman en serio la construcción de una alternativa. (Los progresistas no son los únicos que se han dejado llevar por esta ensoñación.)

El caso es que la llegada de Trump a la Presidencia ha cambiado de arriba abajo Estados Unidos y la política internacional. Sea cual sea el resultado de las próximas elecciones, el legado está ahí y determinará la política y la cultura en las próximos años. La Historia, con H mayúscula, tendrá que tener en cuenta a partir de ahora a todos aquellos que la globalización, la arrogancia de las elites y las políticas de identidad –siempre saturadas de buena conciencia- quisieron dejar de lado. La rebelión de las clases medias es un hecho y no es sólo una cuestión económica. Trae un aprecio nuevo de la comunidad nacional, de formas y estilos de vida despreciados, de virtudes que se creyeron superadas hace apenas unos años. Si Trump consigue que a esta rebelión se sume una parte de las clases medias hispana y negra, se consolidará un bloque imposible de soslayar.

Esta realidad norteamericana tendrá también reflejo en el escenario internacional. Trump deja en legado un nuevo concepto de hiperpotencia, una que, como ha ocurrido con Irán, no ha necesitado el uso de armas para ganar una guerra y dejar claro quién sigue mandando. La respuesta a China –y el correspondiente y espectacular avance de la economía norteamericana- también aclaran que Trump no hacía un chiste cuando decía aquellos de “Make America Great Again”. Y eso sin traicionar la querencia aislacionista de los norteamericanos, cansados de unas intervenciones militares en el exterior que nadie, jamás, les agradece (salvo, en general, Israel). Más que nunca, les toca a los demás recoger el guante.

La Razón, 11-02-20