Trump. El legado

Hay pocas dudas acerca de la extraordinaria contribución de Donald Trump a borrar su legado de la faz de la tierra, al menos de la de Estados Unidos. Primero, y con la ayuda del covid-19, hizo todo lo posible por perder las elecciones presidenciales. Luego, se empeñó en que los demócratas ganaran en Georgia, elecciones que los republicanos tenían ganadas, por lo menos en uno de los dos escaños en juego. Gracia a esta victoria, los demócratas tienen un poder con el que no se atrevían a soñar pocas semanas antes y, además de una política de nombramientos, legislarán para rectificar materias sensibles para el electorado de este, como la subida de impuestos y la simplificación de regulaciones. Finalmente, la arenga a sus seguidores antes de la ocupación del Capitolio acaba con el escaso prestigio que le pudiera haber quedado. Si Trump pensaba tener alguna opción para encabezar una forma de resistencia a la mayoría demócrata, los hechos de la semana pasada la han pulverizado y dejan al ex Presidente, tal vez sometido dentro de poco a procesamiento, en la posición de un náufrago al frente, como mucho, de una minoría extremista.

Y sin embargo, aunque el trumpismo como tal haya recibido un golpe mortal, no está acabado lo que el trumpismo y el propio Trump han significado. En lo institucional, los demócratas se han cargado ahora de razón para fingir que hacen mediante un juicio político –“impeachment” o moción de censura-, lo que el Trump más nihilista se ha adelantado a hacer por su cuenta. Para quienes quieren dar por acabado el movimiento populista, o como quiera llamársele, la actitud de Trump ensombrece y casi anula los cerca de 74 millones de votos que recibió. Y para el progresismo en general, ha llegado la hora de la revancha y de las grandes purgas, que siempre gustan mucho en esos lares, con la censura masiva no ya sobre el todavía presidente, sino sobre las plataformas alternativas a las redes sociales más convencionales. (El asunto ha despertado las críticas, entre otros, del disidente ruso Alexey Navalny, que ha recordado las amenazas que recibe a diario en esas mismas redes sin reacción visible hasta ahora).

El peligro, en el caso de la censura en las redes sociales, está en que dificultará aún más que ahora el contacto entre  quienes no piensan lo mismo, una de las causas de lo que nos está ocurriendo. Subsisten, sobre todo, los problemas de aquellos a los que Trump representó. Políticamente, se traducen en la reconstrucción de un Partido Republicano capaz de competir con el Demócrata. Para eso no parece verosímil que valgan las fórmulas protagonizadas en su momento por Romney y McCain, dos centristas incapaces de vencer a Obama. Aún menos después de que en estos cuatro años una parte importante de los norteamericanos ha encontrado argumentos para emanciparse del credo progresista. Por su parte, la oleada de buena conciencia de los progresistas no mejorará la situación y dividirá aún más la sociedad.

La Razón, 12-01.21