Sócrates maquiavélico

Dinámico, joven, ambicioso, bien parecido… José Sócrates, el portugués que llegó a ser primer ministro durante seis años, reunía todas las condiciones para representar una nueva política, capaz de aunar la tradición de conciencia social con la modernidad o, mejor dicho, con la postmodernidad. Por desgracia, también reunía algunas de las características que nos deben inclinar a sospechar de un político. Aparte de la juventud, que siempre nos ha de poner sobre aviso, Sócrates tenía carisma y sabía utilizarlo. También era socialista. Y además era un intelectual, y más precisamente un hombre que honró su nombre estudiando Filosofía Política en la Atenas del norte, en las dulces riberas del Sena.

 

Por todo eso, la detención ocurrida ayer no debía haber pillado tan de sorpresa a nadie. Los portugueses lo conocían bien, y ya se le había relacionado con algún caso de corrupción. Sócrates fue el hombre del boom de antes de la crisis, cuando todo parecía fácil, los derechos se concedían desde el poder como los antiguos soberanos absolutos repartían privilegios a sus súbditos, y los socialistas y los banqueros (en el caso de Sócrates, los del Espíritu Santo, luego quebrado) iban del bracete a todas partes. Cuando llegó la crisis, Sócrates no supo lo que hacer y abandonó su país en manos de la troika comunitaria. Aquello le costó el cargo y desde ese momento los portugueses han vivido un interminable período de ajustes presupuestarios, restricción de créditos y empobrecimiento generalizado.

No así José Sócrates, que supo apartarse a tiempo para dedicarse al estudio de la teoría política, tarea noble, y tan hermosa que permite, a sus horas, justificar lo más injustificable. Si se confirman los motivos de la detención, el caso será ejemplar, entre otras cosas por eso, justamente. La corrupción se ceba con todos los países, pero la combinación de socialismo, juventud e intelectualidad es letal. Nada mejor que un joven idealista, con ambiciones de justicia social, para abrir la puerta al saqueo en beneficio propio. La ética… menuda antigualla. Eso no es moderno, ni maquiavélico, que es lo que se lleva (por no decir que es lo que mola).

La Razón, 23-11-14