El verano del amor

Hasta hace unos cuantos meses, Trump tenía a su favor la excelente situación económica y una política exterior que no gustaba fuera pero hacía frente al brutal imperialismo chino y no había comprometido a los norteamericanos en grandes ofensivas bélicas, por mucho que apelara a la dignidad y al orgullo patriótico. La llegada del covid-19 acabó con estas excelentes previsiones y sacó lo peor del personaje. Improvisaciones, ignorancia, desprecio, antipatía, falta de compasión… apenas ha faltado algún ingrediente para hacer de Trump uno de los presidentes menos atractivos de la historia de Estados Unidos. Si a eso se añade la gestión de la epidemia, que no ha destacado por su brillantez, y la consiguiente crisis económica, se comprende que los demócratas vieran los cielos abiertos.

Sin embargo, la política norteamericana goza, como su economía, de un extraordinario dinamismo. Un desgraciado incidente de violencia policial trajo aparejado un nuevo “verano del amor”, como el de los años 60, con su oleada de violencia, destrucción de símbolos, saqueos y delitos contra el orden público. Y no fue sólo eso. Casi ningún demócrata ha condenado los disturbios. Al contrario, han aplaudido la ola de destrucción, han intentado reducir los presupuestos en seguridad, se han proclamado en rebeldía contra las fuerzas de orden federales o han mirado para otro lado, no sea que se mustie su prestigio progresista.

No le podían hacer mejor regalo a un Trump en horas bajas. Lo que han conseguido es que se visualicen las consecuencias de una política de división de la sociedad norteamericana, que es justo lo que llevó a Trump a la Casa Blanca hace cuatro años. Ahora Trump –seguramente, porque con él nunca se sabe- hará lo que mejor sabe hacer: apelar y movilizar a sus simpatizantes contra aquello que han escenificado los violentos. Y aquí se lo están dando todo hecho, como cuando Hillary Clinton se complacía en encarnar la flor y la nata de las elites avanzadas, aquellas que iban a salvar a los norteamericanos de sí mismos. Biden era un candidato aceptable cuando Trump era el que personificaba el desorden. En estos meses, sin embargo, su partido no ha sabido distanciarse de la ola de violencia. Y ahora Biden parece un hombre débil, a merced de una corriente que lo desborda. Incluso se permite amenazar con que la violencia continuará si sale reelegido Trump.

La Razón, 08-09-20