Bienvenido, Mr. Biden

Se entiende bien la euforia de los demócratas y los progresistas woke norteamericanos. Tras la doble victoria de noviembre y de Georgia, el asalto al Capitolio ha acabado de enterrar a un adversario empeñado en derrotarse a sí mismo. Ahora queda mucho por hacer: aprovechar la previsible subida de la economía americana sin dificultarla demasiado con una avalancha de regulaciones y subidas de impuestos, reintroducir a Estados Unidos en un orden internacional multilateral -si es que eso sigue existiendo-, gestionar la amenaza china con solvencia… Nada de esto, en cualquier caso, estuvo en el centro de la campaña electoral. Los objetivos de Biden han sido vencer la pandemia con nuevos métodos, y unir de nuevo al país, enfrentado tras los años de Trump (y los de Obama, podemos añadir, aunque esto no resulte tan popular).

Lo primero, aunque muy difícil, tal vez esté encauzado si las administraciones norteamericanas consiguen llevar a cabo una rápida campaña de vacunaciones, algo que por ahora no está ocurriendo en todos los Estados. Lo segundo es más difícil. Requiere que Biden y su administración se dirijan a todos los americanos, incluidos los 74 millones que respaldaron a Trump. Para conseguir que estos norteamericanos no perciban a Biden como un enemigo ni como un revanchista, el nuevo Presidente tendrá también que enfrentarse a la situación en su propio campo. La victoria disimula los fallos, sin duda, pero tampoco aquí está todo reconciliado. Biden, demócrata de la vieja escuela, fue elegido para encabezar la candidatura de su partido precisamente por representar una corriente moderada y realista, pero ha necesitado el apoyo os progresistas, es decir de los radicales, que no comparten, o por lo menos no lo han hecho hasta ahora, esa actitud. Lo de estos últimos es otra cosa, en particular un cambio cultural de fondo que va mucho más allá de la corrección del racismo y que atañe a la naturaleza misma de Estados Unidos. Ninguna democracia, menos aún la norteamericana, que siempre ha sido conservadora, está preparada para un cambio de esta categoría, impuesto  aceleradamente y en período de crisis.

Por ahora, Biden ha nombrado un equipo en su línea y, salvo algunas declaraciones identitarias, ha adoptado una línea prudente y generosa. Sus miembros pertenecen al ala más moderada y gubernamental del Partido Demócrata. Si consigue que los progresistas acepten un planteamiento como este, conseguirá un éxito gigantesco. No es seguro, sin embargo. Más que un gran líder, Biden es un hombre de partido. De seguir su instinto, se cuidará de molestar demasiado a quienes le han llevado a la Casa Banca y forman parte de la izquierda norteamericana. Bienvenido sea, en cualquier caso, si consigue reducir la ola paranoica que ha calado en buena parte de la sociedad de su país, empezar a aflojar presión de la censura y los vetos culturales y académicos, y frenar, hasta conseguir nuevos consensos, la reescritura de la historia y la identidad norteamericanas desde parámetros alejados no ya de la tradición, sino del mismo “credo” nacional, hecho de respeto a la libertad.

La Razón, 21-01-21