Internet, de esperanza para la libertad a amenaza para la democracia. Por David Barrancos

De La Hora de España, Deusto, 2019

Decía Niels Bohr que hacer predicciones es muy difícil, especialmente del futuro. Resulta todavía más complicado cuando hablamos del futuro de la tecnología. Las hemerotecas acumulan incontables desatinos a la hora de anticipar los adelantos tecnológicos y su impacto en la sociedad. Algunas predicciones, la mayoría, se exceden en su entusiasmo, e imaginan ciudades atestadas de coches voladores y robots omnipresentes. Otras apenas llegan a sospechar la capacidad transformadora de ciertos inventos.

Este es el caso de Thomas Watson Jr., el presidente de IBM, quien en 1943 llegó a afirmar que “en todo el mundo hay mercado para unos cinco ordenadores”. Afortunadamente, sobre todo para su compañía, su pronóstico no pudo haber sido más equivocado.

En un desacierto todavía mayor incurrió Paul Krugman, el célebre Nobel de economía, cuando auguró en 1998 que “el crecimiento de internet se frenará drásticamente” porque “la mayoría de gente no tiene nada que decirse”. Pensaba Krugman que “hacia 2005 será evidente que el impacto de internet en la economía no habrá sido mayor que el del fax” [1]. Un mero vistazo a la lista de empresas multinacionales con mayor capitalización de mercado es suficiente para comprobar la dimensión de su error.

Pero si hemos de señalar un vaticinio errado sobre el futuro de internet, tenemos que mencionar necesariamente a Bill Clinton. En el año 2000, el Presidente Clinton expuso su visión sobre el futuro de la democracia en China en un discurso para la School of Advanced International Studies de la Johns Hopkins University:

“En el nuevo siglo, la libertad se difundirá por teléfono móvil y módem. Sabemos cuánto ha cambiado Internet a Estados Unidos. Imaginad cuánto podría cambiar a China. [El régimen de Pekín] ha estado tratando de acabar con Internet –pues buena suerte. Eso es como intentar clavar una gelatina en la pared. [2]

El pronóstico de Clinton no pudo haber sido más desacertado. Lejos de haber importado el modelo democrático occidental gracias a la banda ancha, China se ha convertido desde entonces en el ejemplo por antonomasia del control del ciberespacio para la supervivencia y la consolidación de un sistema iliberal.

Pero aquellos eran los años del fin de la Historia, apenas una década tras la descomposición de la Unión Soviética. Los años en los que Occidente pensaba que la ola de democratización de Europa del Este acabaría por convertirse en un tsunami de libertad que pondría fin a las vetustas dictaduras socialistas de medio mundo.

Este optimismo liberal se sumó a la mentalidad ciberutópica de los pioneros de internet. Aquellos científicos y emprendedores digitales estaban convencidos de que internet era una tecnología inherentemente liberal y emancipadora. Internet facilitaba el acceso a la información, promovía la transmisión de ideas y de valores, conectaba y movilizaba a ciudadanos, dinamizaba la sociedad civil, incrementaba la transparencia de los poderes públicos… Gracias a internet, las sociedades progresarían y se liberarían exponencialmente más rápido, porque ya no solo caminábamos a hombros de gigantes, sino también de la mano de millones de personas igualmente comprometidas con la libertad en todo el mundo.

Internet iba a ser la autopista necesaria para el avance de la libertad en las dictaduras y su progreso en las democracias liberales.

Para algunos movimientos políticos, la universalización de internet permitiría superar la democracia liberal representativa. Gracias a internet, los ciudadanos no necesitarían delegar su voto, sino que podrían ejercerlo directamente. El parlamento sería reemplazado por un foro online, y la democracia sería más participativa y pura.

Esa es la propuesta que promovió el ideólogo del Movimiento Cinco Estrellas, Gianroberto Casaleggio, cristalizada en la aplicación Rousseau, al tiempo foro de debate, herramienta de orientación política del partido y plataforma para sus primarias. Otros partidos antisistema como Podemos replicaron esta idea con la denominada Plaza Podemos.

Sin embargo, la escasa participación de los militantes, las frecuentes sospechas de fraude y manipulación electoral, y los indisimulados esfuerzos por marcar la orientación del voto por parte de los líderes del partido han demostrado que la democracia directa digital no puede, al menos por el momento, reemplazar los parlamentos. Las plataformas participativas digitales no han logrado ser nada más que un vistoso maquillaje para camuflar con innovación el más rancio cesarismo.

Las dictaduras que todavía sobrevivían, por otro lado, serían derribadas por el impacto de internet. Para Clinton las revoluciones modernas serían necesariamente revoluciones digitales. Pero esta era una idea compartida por gran parte del espectro ideológico. Jim Courter, congresista republicano, también llegó a afirmar en el año 2000 que:

“Internet (…) ha hecho mucho para llevar el capitalismo democrático a otras partes del mundo. Creo que fue instrumental para derribar el Muro de Berlín. Fue instrumental para que los estudiantes protestaran por las políticas de Berlín Este. (…) Instrumental en la desaparición de la antigua Unión Soviética. Y pensamos que lo mismo debería pasar en Cuba.” [3]

Es evidente que el papel de internet en la caída de la Unión Soviética fue, en el mejor de los casos, marginal. Pero los ciberutópicos necesitaban que la realidad encajara en su relato.

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Notas

[1] http://web.archive.org/web/19980610100009/www.redherring.com/mag/issue55/economics.html

[2] https://archive.nytimes.com/www.nytimes.com/library/world/asia/030900clinton-china-text.html

[3] Kalathil, S., & Boas, T. C. (2010). Open Networks, Closed Regimes: The Impact of the Internet on Authoritarian Rule. Carnegie Endowment for International Peace.