Contra el velo

Mona Eltahawy, Headscarves and Hymens. Why the Middle East Needs a Sexual Revolution. Nueva York, Farrar, Strauss and Giroux.

En Europa y en Estados Unidos, en general en las democracias liberales, rige el consenso según el cual el uso de un atuendo como el pañuelo o el velo, por parte de las mujeres musulmanas, es una cuestión en la que los poderes públicos no tienen nada que decir. Y no porque sea una cuestión religiosa, sino porque traduce una decisión personal que implica una opción, una elección por parte de la mujer que lo lleva.

 

No ocurre así con el nicab ni con el burka, contra los que se recurre a un argumento jurídico acerca de la identidad personal. La periodista Mona Eltahawy proporciona otro argumento, que sin duda es el de fondo, el que pone en la pista de lo que estas costumbres vestimentarias revelan. El nicab no es ni puede ser entendido nunca como una elección de la mujer que lo lleva. Lo que muestra es la voluntad de reprimir a las mujeres. Es uno de los elementos clave de una de una “cultura fundamentalmente hostil (a las mujeres), reforzada por el desprecio de los hombres. No nos odian porque seamos libres (…). No somos libres porque nos odian (…). Nos odian. Hay que decirlo.” (p. 5)

Eltahawy es una periodista egipcia, colaboradora en muy diversos medios (desde la BBC hasta Al-Jazeera) y militante feminista allí donde va, en particular en los países de mayoría musulmana, que conoce muy bien por haber vivido en Arabia Saudita y haber estudiado en Egipto.

Recientemente publicó su primer libro, titulado Headscarves and Hymens, (“Velos e hímenes”), con el epígrafe de “Por qué Oriente Medio necesita una revolución sexual”. No es, como se puede suponer por el solo enunciado del título, un libro académico, ni siquiera una crónica periodística. Es un alegato apasionado, un manifiesto, acerca del significado del nicab y, a partir de ahí, acerca de la condición femenina en el islam. Eltahawy no relata casi nada que no conociéramos, aunque el recuento de las atrocidades cometidas sobre las mujeres resulta siempre sobrecogedor. Más allá incluso de las violaciones, los matrimonios pactados, las mutilaciones, los obstáculos profesionales, la falta de derechos políticos, la indefensión y la desigualdad jurídica, así como la continua exposición de las mujeres a un deseo masculino incapaz de contenerse (el cien por cien de las mujeres en Egipto han sufrido acoso sexual), está la experiencia propia de la autora. En este punto, lo más perturbador es la anécdota en la que cuenta cómo fue acosada mediante tocamiento mientras cumplía con el tawwaf (las vueltas alrededor de la Kaaba) y luego se inclinaba ante la sagrada piedra negra, en el recinto de la gran mezquita de La Meca. Así es como empezó a cubrirse la cabeza, para intentar protegerse…

Es probable que el libro hubiera ganado en capacidad de convicción si Mona Eltahawy no hubiese sentido la necesidad de contar ciertas cosas. Argumentar la prohibición del nicab no exige que el autor (en este caso la autora) cuente cuándo “tuvo sexo”, como se dice ahora, por primera vez. Y no se trata de que eso habría facilitado la difusión del libro en sociedades tan militantemente conservadoras como las de mayoría musulmana (que no lo habría conseguido). Ocurre más bien que al tener que demostrar su progresismo, Eltahawy, que vive entre El Cairo y Nueva York, demuestra que no quiere sacar todas las consecuencias de un hecho al que alude en repetidas ocasiones, como es que la opinión más progresista, la que practica el relativismo cultural, es la que con más firmeza se opone a cualquier prohibición de prácticas como el nicab… en nombre la libre elección y la autodeterminación individual.

Se entiende que Eltahawy, después del complicado trayecto que ha tenido que padecer para librarse de tradiciones indeseables, no quiera verse identificada con los “neocon”, como le soltó un Tarik Ramadan al que se atrevió a contradecir (desafiar a un varón, ya se sabe…) en un debate televisivo. Ahora bien, el combate por la libertad, por utilizar la terminología activista, requiere más apertura de espíritu y menos intransigencia. Bastaría con que un paseo por Tel Aviv para que se diera cuenta de dónde y por qué se respetan los derechos humanos, incluidos los de las mujeres.

El Medio, 20-01-16