De santos y malhechores

Gabriel Albiac sobre Francisco Giner de los Ríos. Estética, poder y pedagogía y poder. Madrid, Ciudadela, 2008

La Razón, 13-10-08

Puede que la mejor diagnosis de nuestro presente la escribiera José María Marco en un libro que disecciona cierta patología mental de hace un siglo: la de Francisco Giner de los Ríos y la curiosa secta de santos laicos que en torno a él constituyó la Iglesia llamada Institución Libre de Enseñanza. Nada hay de extraño en que los últimos -y poderosos- fieles de la secta impusieran la desaparición del libro. Acaba de ser reeditado ahora. Buena parte de las claves que permiten entender el enigma más oscuro de la España en la cual vivimos, cómo una mente fronteriza puede acceder al privilegio de dirigente político supremo, se entiende sólo bien a partir de la clave salvífica de Giner y sus herederos: trocar la sociedad en un idílico parvulario.

Es el coste, claro está, del anacronismo español que cierra el siglo diecinueve. Todos los grandes países europeos han completado, a lo largo de ese siglo y de sus paradojas, el acceso a la modernidad económica y política: mercado más garantías, en su esquema básico. España se ha empeñado, desde la tercera década del XIX hasta la carnicería que cierra la tercera del XX, en una inacabable guerra civil: la que se abre entre los bárbaros borbones carlistas y los bárbaros borbones isabelistas. Ni un átomo de modernización sobrevivió a aquella voluntad suicida de zozobrar en lo más letal del Antiguo Régimen. Y el tránsito del diecinueve al veinte exhibe en España lo que en muy pocos recodos mugrientos de Europa aún pervive: mezcolanza desoladora de alucinaciones salvacionistas y fobias anticlericales, tan idénticas en su irracionalidad al integrismo de los curas trabucaires que uno no acierta a saber si mueven, al estudiarlas, más a piedad o a risa.

Sería a risa, sin duda, si, tras ese arrebato de eclesialización de lo político que se abre paso en las mentes, no demasiado estables, de Giner y sus discípulos, no viésemos apuntar el anacrónico desgarro que llevará alegremente a la sórdida matanza del 36-39. Y a la negra caída de casi medio siglo en el vacío que resultó de ella. Y a la estúpida España actual, colgada como una pobre yonki de sus desabridas retóricas. Erigiendo altares de suplencia en la política. Desenterrando muertos para mejor asentar votos y sueldos de gentes que, si no locas como aquellos predecesores, son algo mucho peor: ignorantes y malas.

Porque Giner y los suyos eran gentes inofensivas. O eso pensaban ellos. Pocas cosas existen, sin embargo, a la larga más peligrosas que un pobre bondadoso alucinado con dosis de entusiasmo suficiente para hacer de su delirio doctrina. El angelismo de Giner, su obsesión por consagrar un nuevo sacerdocio laico e ilustrado, no carece de grandeza. La indigencia académica extrema del fundador como de sus apóstoles los abocaba a todos los peligros. Marco los va desgranando con una objetividad que es, precisamente por su voluntad de no enfatizar y contar sólo, lo que más nos sobrecoge al leerlo.

De buenas gentes locas vino, al final, a darse en esto de ahora. Y los ascetas iluminados de entonces son hoy coartada de la casta política más delincuente de la historia española.