Matrimonio gay

El día del Orgullo Gay se celebra el 28 de junio y este año [2001] se llama sólo “del Orgullo”. Se presenta con un manifiesto firmado por varias asociaciones de homosexuales. El título de este manifiesto resume el núcleo de la reivindicación en un auténtico slógan que sin duda presidirá también la manifestación convocada para el 30 de junio: “Igualdad ¡ya! Matrimonio ¡ya!”

El manifiesto incluye alguna nota pintoresca y voluntarista como es la traducción del slógan a una futura lengua oficial del Estado español, tal y como lo indica eso de “Igualdá y Matrimoniu!” que aparece al final del texto entre las versiones española, catalana, vasca y gallega de la frase. Hablando más en serio, también plantea algunas exigencias que van más allá de la igualdad jurídica y de la petición, o la exigencia, del matrimonio para los homosexuales. Entre estas están la adopción de hijos por los matrimonios homosexuales, la gratuidad del tratamiento integral de cambio de sexo, la incorporación al sistema educativo de “transversales” como “Educación sexual” o “Educación para la paz”, y la puesta en marcha de “políticas específicas que acerquen la realidad gay, lésbica, transexual y bisexual a toda la ciudadanía”.

Ninguna de estas exigencias, salvo la adopción, está directamente relacionada con la de la igualdad jurídica y la institucionalización del matrimonio para homosexuales. ¿Qué tiene que ver la homosexualidad con la paz, con el cambio de sexo, con las “transversales” (¿?) ni con políticas específicas de ninguna clase? Lo que se anuncia como un manifiesto muy amplio, que podía haber recogido los deseos de muchos homosexuales, se ha convertido en un texto político, y más precisamente de izquierdas. Pues bien, así como parece ser que hay homosexuales de izquierdas, también los habrá de derechas y cada vez más los debe de haber que no son ni de derechas ni de izquierdas. La adscripción política, o mejor dicho, el voto, no es cuestión de comportamiento e identidad como lo es la homosexualidad, sino sólo de comportamiento, variable y sujeto a la voluntad del individuo.

El manifiesto de las asociaciones de homosexuales está publicado en la revista Entiendes?, que es el boletín mensual de COGAM (Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid). Además de información militante, artículos de opinión y el texto del manifiesto a favor del matrimonio, Entiendes? publica numerosos anuncios de agencias o teléfonos de contacto, bares y alguno de una sex-shop. Es una constante del mundo homosexual de hoy en día. Al mismo tiempo que se exige el matrimonio, se abomina de cualquier “puritanismo” y se reivindica una forma de libertad en la que todo parece estar permitido. Pero el matrimonio no es sólo una fórmula jurídica, como no es una forma de represión de la libertad sexual. Es una institución que compromete al individuo, voluntariamente y para toda la vida, en una convivencia que requiere madurez, responsabilidad y sacrificio. El matrimonio está muy lejos de esa emancipación radical en la que parece resumirse el espíritu gay.

Tantos teléfonos de contacto, tanta fiesta, tanto bar y tanta promesa de felicidad hecha de irresponsabilidad y satisfacción inmediata podrían inducir a sospechar que por debajo corre un abultado caudal de frustraciones, soledad y tristeza. Sin necesidad de llegar a tanto, las pocas estadísticas disponibles indican la enorme inestabilidad de las relaciones afectivas entre homosexuales. Más aún que la muy escasa presencia de homosexuales en los registros de parejas de hecho, una presencia que en España alcanza sólo al 10% del 2,5% de las parejas que eligen esta vía de unión y no la del matrimonio, aquí cuenta la inestabilidad de la relación en sí. En un estudio de 1995 realizado en Estados Unidos sobre 600 varones homosexuales, sólo tres de ellos tuvieron un único compañero a lo largo del año; el 1% tuvieron entre tres y cuatro; el 2% entre cinco y nueve; el 3% entre diez y quince; el 8% entre 25 y 49, y así sucesivamente (Pedro A. Talavera, Fundamentos para el reconocimiento jurídico de las uniones homosexuales, 1999).

Nada indica que esta tendencia haya variado desde entonces, pero el llamamiento a la vida libre y emancipada no tiene consecuencias sólo en la estabilidad sentimental y moral de los homosexuales. También lo tiene, con toda seguridad, en la salud y en el gasto público en sanidad. Desde hace un tiempo, se viene observando en Estados Unidos un rebrote de la incidencia del sida en varones homosexuales, sobre todo jóvenes. La enfermedad, que ya no es mortal en los plazos dramáticos en que lo era antes, pasa desapercibida e incluso parece curable. Vuelven así las conductas de riesgo y con ellas el repuntar de los casos de infección (ONUSIDA, Informe sobre la epidemia mundial de VIH/SIDA, junio de 2000). Las estadísticas españolas van muy retrasadas, pero es de prever que lo mismo empiece a advertirse aquí dentro de poco tiempo, sobre todo si se tiene en cuenta que somos de los países europeos con más alta tasa de prevalencia del sida. Tal vez sería conveniente hablar con más claridad de los riesgos que conlleva la promiscuidad y la precariedad en las relaciones sexuales. La reivindicación del matrimonio para los homosexuales podría ir también en esta vía.

En resumen, el Manifiesto del 28 de junio a favor de la igualdad y el matrimonio peca de algo de sectarismo y bastantes prejuicios políticos. También denota cierta hipocresía en cuanto a la realidad del comportamiento del llamado colectivo gay y además parece anteponer la buena conciencia de sus promotores a los riesgos muy considerables que corren los destinatarios del texto. Dicho esto, el fondo del asunto, es decir la reivindicación del matrimonio, es un objetivo perfectamente defendible dentro de las opciones que se ofrecen para regular las relaciones estables entre homosexuales. Lo es incluso dejando de lado la reivindicación de la adopción, difícil de asumir en un país tan rural como al parecer sigue siendo España (ver lo del “matrimoniu”). La figura de la pareja de hecho, que también es defendible, claro está, tiene entre otros inconvenientes la de instaurar la desigualdad en el tratamiento por parte del Estado. En el fondo, resulta mucho más corrosiva: y es que al obligar a los homosexuales a encasillarse en una de las dos categorías, cuando la homosexualidad no es una opción, crea un modelo degradado de institucionalización de la convivencia.

Andrew Sullivan (autor del excelente ensayo Prácticamente normal, 1999), afirma que para los liberales, es decir para las escasas personas que anteponen la libertad del individuo a cualquier consideración, el matrimonio entre homosexuales tiene la ventaja de que devuelve al Estado su neutralidad y garantiza la igualdad de tratamiento de todas las circunstancias. En cuanto a los conservadores, el matrimonio entre homosexuales les ofrece una oportunidad de oro para demostrar que están de verdad convencidos que las instituciones son una garantía de estabilidad e incluso que deben ser protegidas desde el Estado. Frente al torbellino de las relaciones promiscuas y precarias, el matrimonio invita a la estabilidad emocional, propone un reto en cuanto a la exigencia personal e incita a elaborar un proyecto de compromiso y responsabilidad. ¿Qué sería de la vida sexual y sentimental de los heterosexuales si no tuvieran el asidero de una institución como el matrimonio? No resulta inverosímil pensar que hay muchos homosexuales dispuestos, si se les da la oportunidad, a seguir ese camino. A los legisladores, y a los aspirantes a legisladores que son los firmantes del Manifiesto del “Día del Orgullo”, les deberíamos pedir que en vez de complicárnosla, nos faciliten un poco la vida.

El Mundo, julio 2001