La patria del Papa

La visita del Papa a nuestro país, como anunciaba ayer en su portada LA RAZÓN, siempre es una gran noticia. Más aún cuando el Papa es, como Francisco, una persona hispanoparlante, excelente conocedor de algunos de los problemas que afectan a los países de cultura hispánica. Seguramente por eso, el papa Francisco ha dedicado algún tiempo a la reflexión sobre la entidad nacional. En bastantes ocasiones la ha llamado la patria, con un estilo algo pasado de moda al que no debe de resultar ajeno su sentido del humor, el mismo que le llevó a declarar que “nunca había sido de derechas” y a deshacer así, de una vez por todas, buena parte de los equívocos políticos que se habían acumulado sobre el Vaticano en los últimos tiempos.

 

Pues bien, para el papa Francisco resulta evidente que vivimos en un mundo globalizado, abierto por tanto al diálogo permanente con los demás, con quienes no son como nosotros. Tenemos la oportunidad, nueva en la historia, de plasmar la dignidad común e inherente a los seres humanos en una comunidad que reconozca desde el principio mismo la diversidad cultural de la humanidad. Sin embargo, esa oportunidad no se cumplirá, en palabras del propio Papa, como no sea en “la práctica del diálogo y del amor”. Pues bien, para establecer este diálogo no se puede negar la diferencia, porque entonces sería un proyecto “imperialista” y “narcisista”. Pero para eso, es necesario también reconocer lo que en nosotros mismos es propio, diferente de los demás.

Una de las formas civilizadas de desarrollar a la vez esas dos dimensiones es la nación, la “patria” del papa Francisco. Efectivamente, la nación es la realización de lo que nos vincula a los demás: históricamente, porque compartimos un pasado común, y también políticamente, porque hace posible el ejercicio de la libertad. La nación nos conduce a una vida con significado ético, en la que estamos invitados a ejercitar la confianza en los demás, porque los consideramos compatriotas o conciudadanos, y a dar sin necesidad de pedir algo a cambio.

En el pensamiento del papa Francisco, la nación o la patria vendrían a ser algo así como una instancia intermediaria, viva, concreta, entre la dimensión individual y la dimensión global que forman parte de cada uno de nosotros. Se trata de una aportación de raíz cristiana, sin moralina ni dogmatismos, a una reflexión general, más necesaria que nunca cuando, como otras veces en la historia, nos encontramos con la tentación –¿sería exagerado decir diabólica?- del nacionalismo.

La Razón, 21-03-14