¿Siri? No exactamente

Ilustración: May Ray

Para Raúl Locco Starr Group

La obra de Steve Jobs y de su compañía no deja nunca de sorprender. En particular, por el contraste entre la sencillez extrema de la apariencia y el uso, y la complejidad de las funciones que realiza. Entre medias están los gadgets y los adornos, inevitables y en el fondo bienvenidos, porque suavizan lo que podría llegar a resultar inhumano a fuerza de depuración. Aun así, lo más importante, lo que se impone como una evidencia, como si hubiera estado siempre ahí, a la espera de quien supiera descubrirlo, es la elegancia con la que el contenido, la función y la forma se unen en una realidad única.

El núcleo de la creación parece estar ahí,  dispuesto a imaginar soluciones y dispositivos

La sencillez no es imaginable sin la complejidad que hay detrás. La primera no parece esconder, como si fuera una fachada o un decorado, lo demás. Por eso tampoco es imaginable que la revele, como las esferas de los relojes que dejan ver el mecanismo interno. Las dos realidades se han unido en algo que cobra un carácter orgánico, casi vivo. ¿Siri? No exactamente -sería demasiado fácil-, ni tampoco el diálogo –por así decirlo- con “ella”. La propuesta de fondo es la tecnología como una función biológica y la invitación a explorarla como tal.

Tan lejos llega aquí el legado de Steve Jobs que el dispositivo ha incorporado el gesto del usuario, es decir su cuerpo y su movimiento. Este es el aspecto pedagógico de la creación de Steve Jobs, y también su lado más inquietante, más sectario: el del aprendizaje de una naturaleza nueva, que lleva a abandonar (con gusto) la anterior y sumerge al sujeto en las delicias de un universo, completo y autosuficiente, cuyo significado sólo él y los suyos, los que comparten el secreto, son capaces de descifrar.

También se puede ver aquí el modelo del genio romántico, capaz de superar su sufrimiento, la vida atormentada y oscura que es la suya, para proyectarla en un estilo rigurosamente nuevo. Aun así, en la invención de Steve Jobs no hay sublimación, ni exceso, ni resto. Nada queda por decir, como en las grandes obras clásicas. Por mucho que el horizonte de lo nuevo siempre está abierto, sí que apura el campo completo de las posibilidades que se abren en un momento dado. Vendrán otras, claro, pero –esta es otra de las muchas cuestiones fascinantes de este asunto- el núcleo de la creación parece estar ahí, dispuesto a imaginar soluciones y dispositivos que retomen el principio básico incluso cuando el creador ya no está aquí, con nosotros.

José María Marco