Retrato de Larra. Vuelva usted mañana

Con su famoso Vuelva usted mañana, Larra compuso un artículo de corte clásico, organizado de forma racional y estructurado con la claridad que tanto le gustaba. Lo abre un preludio breve, de índole general, acerca del pecado de la pereza y, sin aparente relación con este asunto, acerca de la dificultad de conocer la naturaleza y el carácter de los españoles. La larga exposición central relata los sinsabores de un señor francés, Monsieur Sans-Délai (el señor Ya Mismo) en sus intentos por aclarar sus orígenes familiares españoles y por invertir aquí. Se confirma así la predicción que el propio Larra, el Pobrecito Hablador o Bachiller Don Juan Pérez de Murguía en este caso, le había hecho a su amigo extranjero acerca de la imposibilidad de alcanzar en un plazo breve los objetivos que traía de su país. En el epílogo, el Pobrecito Hablador se dirige directamente al “perezoso lector” para confesarle que él mismo participa de ese pecado nacional que empezó a glosar en la introducción.

La larga parte central va organizada, muy al modo de Larra, en unas cuantas escenas dialogadas. También de forma característica, no hay descripciones, ni tipismos ni alusiones pintorescas. (Tampoco hay muchos adjetivos: todo aquí es abstracto y racional.) Los personajes principales son M. Sans-Délai, el propio Larra y alguno de los burócratas y empleados a los que se enfrenta el primero. Se añade a los dos protagonistas otro personaje final, representante de la España oficial y “patriótica”, ante el que Larra, que a estas alturas no disimula su indignación, pronuncia una muy elocuente y muy actual filípica en defensa de la aportación de los extranjeros (hoy diríamos inmigrantes) a la vida nacional.

El fondo del artículo es bien conocido. Las empresas de M. Sans-Délai en Madrid acaban en un completo fracaso, del que sólo saca en claro lo que parecer ser el lema español por excelencia: “Vuelva usted mañana”. De ahí se deduce el tópico al que el texto ha dado lugar, la crítica a la ineficacia administrativa española y otro, más general, acerca de la pereza de los españoles, dispuestos a dejarlo todo para el día siguiente y a sacrificarlo todo a la voluntad de no trabajar. “No comerán –dice el texto- por no llevar la comida a la boca.”

En cuanto se lee el artículo un poco detenidamente, sin embargo, aparecen complejidades que el mensaje, tan sencillo, y la ordenación, tan clara y metódica, disimulan con una ironía muy propia del autor. M. Sans-Délai, para empezar, siendo como es un puro símbolo, va caracterizado de forma contradictoria. En la introducción se nos dice de él que es uno de esos extranjeros que se figuran que España es un país medieval o salvajemente romántico, para luego poner en su boca unas frases en las que expresa su total confianza en que todo en Madrid se plegará sin dificultad a su proyecto. Sans-Délai deja así entrever la complicada relación de su creador con Francia, ideal de civilización racional para muchos liberales de la generación de Larra y país en el que transcurrieron los primeros años de su creador, hasta el punto de llegar a afirmar -él, de los más grandes prosistas castellanos- que su primera lengua fue el francés.

El propio M. Sans-Délai refuta las muy pesimistas consideraciones de su interlocutor acerca de la incapacidad de los españoles para el trabajo. Argumenta que esa actitud le parece propia de esos españoles que se complacen en denigrar a su país y a sus compatriotas para sentirse superiores ellos mismos. Es la misma observación sobre la que se levantará otra de las obras maestras de Larra, el artículo titulado Este país, una crítica feroz de los españoles que por ignorancia y vanidad desprecian su patria. Se vuelve así al segundo de los motivos de la introducción, el de lo inescrutable de la cultura y el carácter españoles: tanto, que a veces un extranjero está en mejores condiciones de entenderlo que un nacional.

En realidad, M. Sans-Délai es también el propio Larra y una metáfora de las ilusiones políticas y culturales de su creador y su generación, del mismo modo que el Pobrecito Hablador es algo más que un español capaz de analizar con frialdad e ironía, e incluso sarcasmo, el carácter de sus compatriotas. Al final, y dirigiéndose al lector en una frase interminable, de extraordinario virtuosismo estilístico, el personaje que encarna al autor confiesa que él mismo participa de ese mismo pecado de pereza y que lleva más de tres meses dejando para mañana el terminar el artículo que el lector -el “perezoso lector”, ya lo hemos dicho- tiene ahora entre sus manos. Burlón como es, el toque resulta también algo siniestro. Hay referencias a un suicidio siempre aplazado -y no hace falta evocar el final de Larra- y una lamentación final (“¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!”) que convierte a este artículo en un antecedente del terrible El día de difuntos de 1836. Fígaro en el cementerio.

La claridad racional y clásica del texto sirve así de marco para un personaje contradictorio, de identidad frágil e inestable y con una relación muy compleja con su propia cultura: el gran Larra, enérgico, seguro de sí mismo e hipersensible hasta la angustia, está aquí de cuerpo entero.

El texto apareció en el nº 11 (14 de enero de 1833) de El Pobrecito Hablador, Revista Satírica de Costumbres, que Larra redactaba en solitario. Seguía al texto una nota en la que Larra anunciaba el “suicidio” de la revista, que ocurrió, como previsto, pocos meses después. Larra abandonaba las empresas unipersonales y se incorporaba a la Revista Española, el periódico más brillante del momento. Antes de hacerlo devolvía con acidez algunos de los muchos golpes que su independencia le había valido. Luego llegaría la polémica en la que se vio envuelto por el acoso al que le sometieron los progresistas y que acabaría con su suicidio. Que aquel episodio aparezca junto a Vuelva usted mañana le da a este artículo y al personaje aquí caracterizado una dimensión trágica.

Libertad Digital, 19-02-17