Los mártires de Egipto

La semana en la que los cristianos recordamos y celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo se abrió con un doble atentado contra los hermanos egipcios. El domingo de Ramos, cuando se estaba celebrando la Misa en la iglesia de San Jorge, en la ciudad de Tanta, estalló una bomba que mató 28 personas e hirió a otras 70. Poco después un hombre se hizo estallar al lado de la catedral de San Marcos de Alejandría y mató a 16 personas, con 40 heridos.

Los dos atentados fueron reivindicados por el Estado Islámico, que en los últimos meses viene acosando a los cristianos egipcios y ha conseguido expulsar a alguna comunidad cristiana de la península del Sinaí. Los atentados en países de Oriente Medio también responden a la necesidad del EI de seguir presente en la escena internacional, ahora que ya no ejerce el control previo sobre el “califato” en Irak ni en Siria, y cuando los ataques en las democracias liberales europeas se enfrentan a redobladas medidas de seguridad.

Los atentados no son nuevos, en cualquier caso, y la comunidad copta ya ha sufrido un largo historial de ataques desde la caída de Mubarak. En el conjunto de los países musulmanes de África y Oriente Medio, esta oleada de ataques contra los cristianos vino precedida de la expulsión de los judíos. La actual persecución afecta también a fieles de otras religiones, más minoritarias pero siempre relevantes, que habían conseguido sobrevivir en la región.

Aunque el islam no ha sido nunca el paraíso multicultural que tantas veces se ha descrito, hizo posible la supervivencia, en muchos de sus territorios, de diversas religiones y cultos, todas, eso sí, relacionadas con el Libro y sujetos a una seria discriminación. Los coptos, en torno a 15 millones de personas, son el testimonio vivo de esa convivencia de siglos.

No es verosímil que el Estado Islámico, por muy fanático que sea, considere realizable la erradicación a corto o medio plazo de una comunidad tan importante y numerosa. Pueden aterrorizarla, de todos modos, y conseguir que se sienta cada vez más insegura en un país estratégico, lo que de por sí será una paso relevante para acabar con el cristianismo en la región. El terror afectará también a los musulmanes y variará para siempre la relación de los musulmanes egipcios con sus compatriotas cristianos. Será –ya lo está siendo- un cambio muy profundo que fundará una sociedad nueva y primitiva al mismo tiempo, basada en la exclusión y la violencia, donde cualquier brutalidad será concebible.

De este lado del mundo, poco se puede hacer, aunque las señales de lo que se avecinaba, que datan de la expulsión de los judíos iniciada hace más de cincuenta años, han sido inequívocas. Lo peor, en cualquier caso, es la indiferencia. En las ceremonias de estos días, en los rezos de los cristianos, el dolor de nuestros hermanos mártires de Egipto se unirá al recuerdo de la sangre que el Señor, la más pura e inocente de las criaturas, derramó por todos nosotros. (Si has llegado hasta aquí, amigo lector, feliz Pascua de Resurrección.)