Noli me tangere

En un primer momento, María Magdalena, delante del sepulcro, no reconoce a Cristo. Así volverá a ocurrir con los discípulos de camino a Emaús, pero esta vez marca una pauta, al ser la primera ocasión en la que Cristo aparece a los ojos de un ser humano después de la Pasión. María Magdalena no reconoce al Señor porque ahora, a diferencia de lo que ocurría antes, su dimensión divina se hace visible de una forma distinta. Jesús resucitado no deja de ser un hombre, pero su presencia es inimaginable para quien no fuera testigo de ella.

 

El gesto por el que María Magdalena intenta mostrar de nuevo su amor a Cristo recibe por parte de este una respuesta muy debatida, pero que la Vulgata y la pintura europea han fijado en tres palabras: “Noli me tangere”, “No me toques”. Se puede comparar la frase con la invitación a santo Tomás a que meta la mano en la herida. Jesús sabe que María Magdalena, la más fiel de todos los discípulos, la primera que contará la Resurrección, no necesita pruebas. Al desprenderse del intento de abrazo, también hace de ella el primero de los cristianos a los que se les pide, o se les concede, la fe después de la irrupción del Señor en el tiempo humano. María Magdalena, como entendió bien una larga tradición católica, recibe el mandato de ser el modelo del cristiano por venir, consciente, precisamente porque tiene que superar su propio apego al Señor hecho hombre, de lo que la Resurrección significa en la historia de la humanidad.

Al mismo tiempo, en las palabras de Cristo es difícil ver sólo un mandato, aunque sea tan serio como este. Los pintores lo han entendido bien, y retratan a un Cristo glorioso. Y es que tal vez se pueda escuchar en esas palabras un apunte de nostalgia. Cristo estaría expresando un atisbo de pesadumbre por haber empezado a ser ajeno a la dimensión humana, que abandonará pronto. Cristo ha sufrido hasta la muerte, pero también ha conocido otras emociones y otras virtudes: la compasión, el amor, la amistad. Aun cuando en su caso estén despojadas de cualquier amor propio –una enseñanza más- no dejan de ser algo que pertenece a la naturaleza de las criaturas de Dios. El nuevo afecto que el Señor deja que se exprese en sus palabras parece indicar que los seres humanos, y más en particular la santísima María Magdalena, con su concentración, su humildad, su empeño por dar testimonio, también le han cambiado a Él.

La Razón, 18-04-14