El caso Zimmerman y las políticas de identidad

La noche del 26 de febrero de 2012, en Sanford, una ciudad de Florida, el vigilante George Zimmerman disparó a un joven llamado Trayvon Martin, que murió a consecuencia de las heridas. Zimmerman acaba de ser absuelto por un jurado popular que ha estimado que los disparos fueron realizados en legítima defensa. Desde que ocurrieron los hechos, el caso Zimmerman ha incendiado los medios de comunicación norteamericanos, aunque no ha alcanzado gran notoriedad fuera. La razón de los dos hechos es la misma. El suceso y la polémica que ha suscitado están saturados de significado racial.

Trayvon Martin, el joven muerto, era negro, mientras que Zimmerman no lo es. No es blanco, sin embargo, sino “hispano”, según la catalogación racial de rigor en Estados Unidos. Más exactamente, de madre peruana con ascendientes africanos y de padre blanco de origen alemán. El jurado que lo ha absuelto, por su parte, estaba compuesto de seis mujeres, cinco de ellas blancas y una de ella “minoritaria”. Así están las cosas en Estados Unidos, que parecen estar redescubriendo las sofisticadísimas clasificaciones de castas con las que los funcionarios españoles en América intentaron, sin conseguirlo, poner coto al gigantesco experimento multirracial que estaba teniendo lugar ante sus ojos. Como ya se habrá supuesto, los críticos con la sentencia dicen que si Martin no hubiera sido negro no habría sido agredido, mientras que el defensor de Zimmerman aduce que si este, a su vez, fuera negro, ni siquiera habría habido caso.

El asunto puede hacer pensar, y así se ha dicho, que la sociedad norteamericana sigue sin librarse del racismo que prevaleció allí hasta hace muy pocas décadas. No es así. Quedan muchos rastros de esa historia siniestra, pero todo –educación, vivienda, movilidad social- indica que las barreras raciales han ido cayendo y que seguirán haciéndolo. Parece haberse enquistado, sin embargo, el problema de la comunidad negra o afroamericana, con índices de violencia desmedidos y a la que las políticas de ayuda estatales no parecen estar ayudando, más bien al revés, al haber creado la costumbre de la dependencia y la queja perpetua. Además, está el peligro, manifestado en la polémica sobre el caso, de que el factor racial –o minoritario- esté en trance de convertirse en la clave de la identidad de las personas, por encima de cualquier otro y muy por encima del principio de igualdad. Los norteamericanos, y tal vez no sólo ellos, parecen empeñados en experimentar fórmulas de postmodernidad que resultan más premodernas que otra cosa.

La Razón, 19-07-13