Antonio Fontán sobre Cicerón. Por José María Sánchez Galera

Antonio Fontán. Marco Tulio Cicerón. Semblanza política, filosófica y literaria. Eds: Eduardo Fernández, Antonio Fontán Meana, Ignacio Peyró (editor literario). Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid (2016)

Cuando se repasa la vida política y cultural en España, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, muchos personajes quedan un poco en segunda fila. Resulta inevitable, aunque algunos de ellos ejercieran un potente y decisivo influjo en los primeros. Antonio Fontán (1923–2010) pertenece a este grupo. Consejero de Don Juan de Borbón y hombre de confianza de Don Juan Carlos, cuando era Príncipe; fundador de revistas como La Actualidad Española y Nuestro Tiempo; director del diario Madrid; erudito en Filología Latina; profesor de Periodismo. Su firma, como presidente del Senado, aparece en la Constitución de 1978, y su peso intelectual e ideológico se notó durante dos décadas en el Partido Popular. Cuando era un partido en que los liberales, los conservadores, los democristianos podían sentirse “en casa” —antes de Rajoy, Soraya, Maroto. Dicho en pocas palabras; Fontán fue casi una antítesis, en el centro-derecha español, de Arriola.

No se puede separar al Fontán político del Fontán periodista, ni del Fontán humanista. Sobre todo, porque su modo de entender la cultura y la vida pública incluía esa imbricación constante. Lo cual explica su querencia por Cicerón y por cuanto representa la figura de Cicerón. Escribió bastante sobre letras y poder en Roma, tradujo a Tito Livio y dejó inacabada una biografía del Arpinate que, sin embargo, sus discípulos han logrado editar. El libro muestra, por tanto, al orador, al abogado y al político que era Cicerón, si bien no descuida al hombre de familia y de amigos. Repasando sus obras —de Oratore, Pro Roscio Comodeo, In Verrem, In Catilinam, Philippicae, Tusculanae Disputationes…— y sus discursos públicos, Fontán expone el ideal de valores republicanos (pietas, fides, gravitas), así como la importancia de la educación, y el amor por la filosofía y las letras.

El libro se divide en dos grandes bloques. El primero desarrolla la vida de Cicerón, desde sus orígenes hasta su ocaso, que se debe al triunfo de Julio César; tras el magnicidio de los idus de marzo, llega su violenta muerte a causa del terror extendido por Marco Antonio. El segundo apartado recopila escritos de Fontán centrados en los aspectos paralelos de Cicerón y Horacio, la implantación del Helenismo en Roma, los círculos culturales, la especificidad del humanismo latino, etc. En general, puede decirse que el libro muestra con fidelidad el ambiente de la época de Cicerón, el desarrollo de su carrera política, su producción literaria y el colapso de la República.

Sin embargo, se echa en falta una incursión detallada en la vida personal de Cicerón y, por ejemplo, en sus lucrativos negocios. Sus rasgos más privados —fáciles de conocer gracias a sus cartas personales— pesan menos de lo que una biografía completa habría requerido. Sobre todo, si tenemos en cuenta que Ático, además de amigo de letras, corrector y editor, fue uno de sus soportes financieros en importantes inversiones, sobre todo inmobiliarias. El autor no lo oculta, pero tampoco le presta la atención que un lector del s. XXI requiere. Por eso, cuando Fontán llega a señalar las dudas del Arpinate sobre la inmortalidad del alma (p. 198), elude entrar a fondo, desentrañando con esmero cómo la muerte de la hija fue uno de los hechos más destructivos en su vida. Asimismo, se detecta una excesiva complacencia con Cicerón y con su facción política —los optimates—; incluso cuando el libro reconoce que el manual de campaña electoral de Quinto Tulio Cicerón era “realista y cínico” (p. 148).

Cicerón

De cualquier modo, para comprender mejor esta biografía, es necesario tener en cuenta que es una expresión de los ideales ciceronianos que admiraba Fontán. Se trata de una reivindicación del hombre honesto que influye en la vida pública por amor a la patria; el vir bonus dicendi peritus —“hombre justo, docto en hablar”—, que constituyó un modelo humano para la Antigüedad, el Medievo y el Renacimiento. Y estriba quizá aquí el mérito e interés del libro. Por encima de los defectos del personaje, en torno a su obra, en torno a sus intervenciones, brota una propuesta humanística. Tan válida en el s. I a.C. como hoy. Fontán, al describirnos su Cicerón, nos habla del amor a la patria, al campo, y a la familia. El libro recuerda cuál es el sentido del deber y la responsabilidad, la importancia de “lo bueno” por encima de “lo útil”, dentro de un paradigma de civilización integradora como fue Roma, madre de la humanitas y del Derecho. A fin de cuentas, los valores ideales ciceronianos son los que el propio Fontán, a lo largo de toda su vida, procuró encarnar y transmitir. Por eso, Luis Alberto de Cuenca —fue Director de la Biblioteca Nacional y Secretario de Estado por iniciativa de Fontán— define a como “un Cicerón de nuestro tiempo”.

En un aspecto meramente formal, la edición habría ganado con más notas explicativas al pie y con alguna tabla cronológica. En el apéndice de “bibliografía ciceroniana”, no aparecen las versiones de Alma Mater (CSIC) tras el listado de ediciones críticas de Les Belles Lettres, Oxford y Teubner, sino que se integran en el grupo de “traducciones al castellano”, al mismo nivel que las de Gredos o Alianza. En realidad, las ediciones bilingües de Alma Mater son también críticas, con aparato extenso y traducción. Aún más llamativa, e inexplicable, resulta la ausencia en esa bibliografía de las ediciones críticas bilingües (latín-catalán) de la Fundación Bernat Metge (Barcelona), que, desde hace un siglo, ha publicado más de una veintena de obras de Cicerón.

http://www.cepc.gob.es/publicaciones/libros/colecciones?IDP=2646