El socialismo es el problema, por Carlos Bustelo

De La Hora de España. Deusto, 2020

España, con una localización privilegiada en la península más occidental del macrocontinente euroasiático, ha conseguido abandonar la pobreza en un lapso de tiempo muy breve y lo lógico sería que ahora fuera una nación aceptablemente unida y feliz, dispuesta a seguir adelante hacia mayores cotas de prosperidad y libertad.

¿Qué nos pasa a los españoles para que no sea así? Será difícil encontrar las soluciones adecuadas si no partimos de un diagnóstico acertado. Tal vez sería apropiado recordar aquí una vez más el conocido lamento orteguiano de hace casi un siglo: “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”.

Para analizar hoy con algún sentido la realidad española hay que partir de la Transición democrática (1975-1982). Casi todo lo positivo y lo negativo que nos ha pasado desde entonces tiene su origen en aquella gran operación histórica que hoy simplificamos como la Transición, etapa clave de la historia de España y tergiversada con gran habilidad por los socialistas[1] que han conseguido convencer a un gran número de españoles de que ellos fueron decisivos en la gran Transición. La realidad es que los socialistas aportaron poco a la compleja operación de desmontar la dictadura y restaurar la democracia, entretenidos como estaban en decidir cómo llevar a cabo “la sustitución de la empresa capitalista por la empresa autogestionada”.[2]

Todo este falseamiento histórico tuvo éxito porque cuando murió Franco en 1975 el socialismo todavía gozaba en Europa de un gran prestigio. Desde la Segunda Guerra Mundial se habían ido imponiendo los grandes dogmas de la izquierda y del llamado Estado del bienestar ―que así se llamó desde el primer momento para ocultar hábilmente que de lo que se trataba era del bienestar del Estado―: la necesidad de impuestos confiscatorios para financiarlo, el papel protagonista de los sindicatos “de clase”, las ventajas de las nacionalizaciones y la planificación estatal de la economía. En resumen, un crecimiento acelerado y continuo del llamado sector público y la consiguiente reducción del espacio para el llamado sector privado. Se fue así consolidando gradualmente lo que un gran economista liberal español, hoy casi desconocido en la universidad, Lucas Beltrán Flórez, nos aclaró con precisión: “el sector privado es el que controla el gobierno y el sector público es el que no controla nadie”. ¡Brillante conclusión a la que llegó varios años antes de que existieran las Autonomías regionales!

Esta ideología dominante, profundamente antiliberal, había llevado a unos Estados europeos intervencionistas y en constante expansión que demostraron su ineficacia y elevado coste cuando tuvieron que reaccionar frente a los dos impactos externos de las crisis energéticas (1973 y 1979). Para hacer frente a la gran crisis del petróleo se adoptaron medidas socialistas (expansión del gasto público, control de precios y salarios, nacionalizaciones) que no hicieron más que agravar la situación, provocando en toda Europa una situación de ‘estanflación’, es decir, estancamiento económico con elevada inflación. Así, la década 1970-1980 fue la del replanteamiento a fondo de las bases de la política socializante ejercida en toda Europa occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial. (…)

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[1] Carlos Bustelo. “La Transición democrática: una historia tergiversada”, La Tercera. ABC. 3/6/2000.

[2] Congreso XXVII del PSOE. Diciembre, 1976. Memoria de Gestión de la Comisión Ejecutiva.