El nacimiento del Estado judío

El pasado mes de enero, el primer ministro Benjamin Netanyahu puso en marcha una reforma del poder judicial que concede más poder al ejecutivo sobre el judicial. La reforma va inspirada en el modelo norteamericano. Según sus promotores, pretende evitar el activismo judicial que boicotea la labor del gobierno y responde a una ideología y a una actitud ajenas a la mayoría de la sociedad. Los adversarios han sido muchos, incluido una buena parte de un grupo crucial como son los reservistas. Para ellos, la reforma del poder judicial anularía su independencia. Iniciaría así la demolición de la democracia israelí, y con ella la de Israel tal como fue fundado en 1948, hace ahora 75 años. Así es como la Declaración de Independencia,  de la que se ha dicho que es el texto más importante de la historia del pueblo judío desde la diáspora de hace casi 2.000 años, ha cobrado una nueva actualidad. A falta de Constitución escrita, la Declaración está sirviendo de referencia en el debate.

Fue David Ben-Gurión, el gran líder del moderno Israel, quien leyó el texto de la declaración en una sobria ceremonia en un museo de Tel Aviv. Y como suele ocurrir en la historia de los judíos, un acto de suprema solemnidad tuvo también su lado cómico. Para empezar, debido a la improvisación de aquellos momentos, bien contados por Neil Rogachevky y Dov Zigler en un libro imprescindible, que completa los ensayos de Martin Kramer en la revista Mosaic. La Declaración venía forzada por la salida de Gran Bretaña de Palestina el 15 de mayo de 1948. El vacío de poder era la ocasión que los israelíes sionistas y el Yishuv, los judíos ya instalados hace tiempo en Eretz Israel -la Tierra de Israel-, esperaban desde hace mucho tiempo. La premura obligó a organizar un acto prosaico. Ben-Gurión ni siquiera pudo leer la versión canónica del texto, que no había dado tiempo a transcribir en un rollo de pergamino que desde entonces forma parte de la iconografía nacional. Y el encargado de grabar en película la ceremonia tenía película para cinco minutos, por lo que sólo se conserva un breve fragmento de la proclamación. Bien es verdad que se grabó un audio, también legendario.

La improvisación venía de antes, cuando Mordekai Beham, un funcionario de cultura anglosajona, recibió el encargo de redactar un primer borrador. El atribulado Beham recurrió a un rabino vecino suyo y pergeñó un texto que incorporaba elementos fundamentales de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. El nuevo Estado hacía suya toda la tradición occidental de los derechos naturales universales que estarían en la esencia de la nueva comunidad política a punto de ver la luz. Aquel borrador, importante aunque algo amateur, fue desechado y en pocos días siguieron otros tres, que ponían el acento en la adecuación del nuevo Estado a las directrices de la ONU, como si el futuro Israel tuviera que plegarse a la autorización de potencias exteriores o adecuarse al idealismo de unas doctrinas inspiradas en la idea de la paz perpetua y la hermandad de los pueblos. Eso justo en el momento en el que Israel se iba a enfrentar a la primera gran ofensiva de sus vecinos árabes. (…)

Seguir leyendo en La Lectura – El Mundo, 06-10-23

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