Tolerancia

De Diez razones para amar a España

No es de extrañar que en torno a la Transición se produjera una explosión de libertad y de ganas de vivir. Venía de mucho antes. Aunque aislados —menos de lo que le habría gustado a la dictadura— y asfixiados políticamente, la evolución de las costumbres y los gustos de los españoles no fueron, en los años sesenta, sustancialmente distintos de los del resto de los países de Europa. También los demás europeos se habían comprometido antes en una gran empresa de reconciliación y superación del rencor, el odio —y el nacionalismo— de la que nacería la Unión.

Sin ese proceso previo, que había afectado a la moral y a las costumbres, se entiende mal la Transición política. Pero fue gracias a eso como en muy pocos años la sociedad española cambió, hasta hacer suyas, en una nueva forma de entender la vida, las relaciones personales y la manera en la que cada uno proyectaba su vida personal en la sociedad.

En Francia, la despenalización total de las relaciones homosexuales no llegó hasta 1982 y en Portugal hasta 1983. En Noruega se había producido en 1972, en Alemania entre 1968 y 1969 y en Gran Bretaña en 1967. Los países del bloque soviético tuvieron que esperar hasta los años noventa. Aquí, en España, se despenalizó la homosexualidad en 1978, tras la promulgación de la Constitución. Hasta entonces, el amor entre personas del mismo sexo estaba encerrado en la esfera privada, a veces en lo más íntimo y secreto, y solo se manifestaba en algunos locales que dependían de la voluntad de las autoridades. Aparecía también, claro está, en forma paródica, hiriente siempre, aunque muchos homosexuales, por entonces poco proclives al sentimentalismo, habían hecho de esto una forma de reivindicación.

Fue Eloy de la Iglesia, en películas de una dureza y un feísmo característicos, quien expresó aquel momento tan particular en el que la manifestación del amor masculino requería también la puesta en claro de un grado de culpabilidad. (Bajo la dictadura, solo por inadvertencia de la censura salieron a la luz pública impresiones más o menos fugaces y esotéricas de la homosexualidad, como la película Diferente, de Luis María Delgado y Alfredo Alaria. Ceuta en el umbral, la novela de Salvador García de Pruneda que presenta un extraordinario retrato de un capitán de Regulares, Juan Villamarta, homosexual al mando de una harca, solo puedo ser publicada en 1977).

A partir de ahí, se empezaron a romper todos los tabúes. Los demoledores dibujos de Nazario y los vitriólicos escritos de Alberto Cardín trajeron una recomposición completa del panorama, aunque fuera en un contexto minoritario. Es lo que Alberto Mira, en su monumental obra sobre la homosexualidad en España, llama «voluntad de estilo», aunque el de Nazario y algunos de sus fans fuera un estilo conscientemente asilvestrado. Menos politizada por entonces, y con poco gusto por la militancia y el enfrentamiento, lo que se acabaría llamando «movida madrileña» integró la homosexualidad sin problematizarla.

La homosexualidad servía de modelo para un rechazo sistemático de cualquier etiqueta. Aquel grupo, por así decirlo, parecía buscar aquello que siempre es inaprensible, irrecuperable y cuya belleza reside en su carácter momentáneo, fugaz, como las canciones de Carlos Berlanga, de Bernardo Bonezzi o Para ti, el tema de Fernando Márquez el Zurdo. La explosiva actitud de Alaska y la provocación perpetua de Fabio McNamara van por la misma línea. Pedro Almodóvar, en sus muy primeras películas, también supo inspirarse y reflejar aquel estado de espíritu, menos elitista de lo que pareció en algún momento.

El cineasta madrileño-parisino Adolfo Arrieta, admirador y seguidor de Jean Cocteau, siempre ha sabido reflejar con sutileza los momentos de transición, el cambio de un estado a otro, la mutación perpetua de unas identidades que no acaban nunca de cuajar en algo definitivo y cerrado. El propio Arrieta se ha llamado Udolfo Arrieta o Adolpho Arrietta. Una sus actrices, Marie Hélène d’Horizon, dio en la Universidad de Vincennes unas clases memorables sobre el deseo.

El matrimonio entre personas del mismo sexo llegó en 2005, y lo más sorprendente de aquellos días sigue siendo, para mí, la falta de un debate de fondo sobre lo que quería decir. Hubo oposición, en parte política y sobre todo doctrinal, en particular por parte de la Iglesia católica. A mí me pareció entonces que la medida podía desatar una oleada en contra. Me equivocaba. La sociedad española daba el asunto por zanjado. En 2107, según un estudio del Pew Research Center, España era el país más tolerante del mundo con la homosexualidad. En líneas generales, en España ha dejado de ser un problema social para convertirse en una cuestión personal, en la que cada uno es libre de tomar sus propias decisiones.

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