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Hacia mediados del siglo XV Alberti ya era un arquitecto prestigioso que recibía encargos de una entidad importante. En 1450, casi coincidiendo con su fachada para Santa María Novella, recibe el encargo de Sigismondo Malasteta (príncipe de Rímini) de convertir un viejo templo gótico en un mausoleo para él y su corte, esta vez en el nuevo estilo que mira a la Antigüedad, el Renacimiento. En 1470, el duque de Mantua le da la oportunidad de crear una iglesia en su totalidad, aunque Alberti fallecería al poco de comenzar las obras.
La comparativa entre estas dos obras, máxime si atendemos al plano de las imágenes, nos llevaría a pensar solo en las similitudes entre ambas (salvando algunas diferencias evidentes, como la cuestión de la escala). Este efecto se refuerza si quien las ve conoce la autoría de ambas, correspondiente a Leon Battista Alberti, el gran arquitecto de la segunda mitad del siglo XV (Primera etapa del Renacimiento). Cronológicamente las separan apenas dos décadas, pero suponen un gran salto en la evolución de la arquitectura renacentista en su huida de los ecos medievales.
Dada la primera impresión de similitud que producen, comenzaremos profundizando en ello:
En primer lugar, el efecto de grandes masas (contrario a la delicadeza brunelleschiana) es compartido en ambas construcciones, así como el apego a los grandes monumentos romanos de la Antigüedad.
En el caso de la segunda de las dos imágenes, arriba, anterior en el tiempo, observamos la fachada de San Francesco in Rímini. Sin duda, llama la atención la incorporación del prototipo de arco de triunfo en la composición de la fachada principal: el bloque inferior presenta la división tripartita, las columnas adosadas y las oquedades arcuadas típicas de esta tipología. Para quien conozca Rímini y su elegante Arco de Augusto, el modelo resulta obvio. Tal vez simbolizara el triunfo de Malasteta sobre la muerte.
En la primera imagen, se contempla la imponente fachada de San Andrea en Mantua, una superficie colosal que encierra dos tipologías conjugadas de una forma única y personal. Se trata de un arco de triunfo netamente romano y de un frontón de templo importado por el Imperio Romano de la Antigua Grecia. Para combinarlos, convierte el orden clásico corintio en un cuarteto de pilastras de orden gigante que aumentan más si cabe la sensación de majestuosidad. Entre las cuatro se ubican los vanos traídos de la tipología de Arco del triunfo.
Una vez hecha la vista preliminar, un segundo vistazo nos revela la inconclusión de ambas fachadas.
En el caso de Rímini, una medalla de 1450 nos da una idea de cómo pretendía finalizar aquella remodelación (cabe recordar que el encargo consistía en revestir un templo gótico anterior).
Sobre el arco del triunfo hecho fachada proyectaba un frontón semicircular, así como una inmensa cúpula nervada que superara a la de Santa Maria di Fiori en Florencia y que fuera tan ancha como la suma de la nave central más las capillas laterales.
Para concluir San Andrea, sin embargo, al menos su parte exterior, habría bastado poco más que incluir el baldaquín proyectado sobre el ápice del frontón a la altura de la ventana de la nave.
Y es que la idea de Alberti era convertir su fachada en un nártex independiente del resto del edificio (al estilo de lo que hizo Miguel Ángel en su maqueta para la fachada de San Lorenzo).
Si se hila fino se encuentran diferencias de concepto entre ambos templos- como Alberti llamaba a las iglesias. Mientras que en San Francisco su intención era que la anchura de la cúpula se adecuara a las naves y a la fachada creando un resultado unitario, al estilo del Panteón de Roma, en Sant’Andrea proyectó la disociación entre la fachada y el cuerpo de la iglesia.
Si con San Francisco logró sacar a la arquitectura del primer Renacimiento del idioma delicado de Brunelleschi y llevarla a las masas densas y a un estilo escultórico y viril all`antica, con Sant’Andrea consiguió dejar atrás cualquier rastro del gótico, omnipresente desde hacía siglos en Europa.