Estas dos imágenes son un ejemplo de cómo dos tendencias antagónicas pueden convivir en el mismo período histórico. Ambas comenzaron a construirse en el entorno de 1750 pero con una ubicación geográfica, una idea de proyecto y un resultado obviamente dispares.
La imagen de arriba muestra la planta de la basílica alemana de Vierzehnheiligen (de los Catorce Santos), cuyas obras comenzaron en 1743 y se prolongaron dos décadas; aunque el arquitecto, Balthasar Neumann, falleció a los diez años de empezarse. El reto al que se enfrentó consistía en la integración de dos puntos focales en cuanto a la liturgia católica: un altar “plano” para oficiar la eucaristía y otro “de bulto redondo” para albergar las esculturas de los catorce santos.
La necesidad de disponer de un espacio longitudinal que acogiera a los fieles y los enfocara hacia el primer altar y de un deambulatorio en torno al segundo altar por el que pudieran circular los peregrinos motivó esta original solución geométrica.
Debajo vemos la planta de Sainte-Geneviève (patrona de París), conocida como el Panteón desde la Revolución francesa, cuyas obras comenzaron en 1756 y cuyo esquema compositivo dista mucho de su contemporáneo bávaro.
Su arquitecto, Jacques Soufflot, se encuadra en el Neoclasicismo Racional, el de la primera etapa; de hecho este edificio se considera el pistoletazo de salida del estilo neoclásico predominante en Francia en la segunda mitad del siglo XVIII.
Aquí son la claridad y la economía estructural las determinantes, como se aprecia en la profusión de esbeltas columnas dóricas que soportan las cúpulas. La planta es muy legible: una cruz griega tímidamente extendida y acentuada en los brazos correspondientes al eje nártex-ábside cubierta por cinco cúpulas dispuestas al estilo de San Marcos en Venecia.
Ignorando diferencias programáticas de ambos templos, es innegable la distinta concepción del espacio que tenían dos arquitectos coetáneos como lo fueron Neumann y Soufflot.
El primero había de encontrar alguna solución ingeniosa, puesto que tenía encomendado aprovechar los cimientos de una basílica previa de cruz latina en la que habría de encajar un potente foco de peregrinaje. Aun así, de no estar inmerso en el boyante barroco que seguía dominando Baviera en el siglo XVIII, posiblemente no habría adoptado la que hoy observamos.
Existía la opción más ortodoxa de ubicar el altar de los Catorce Santos en el crucero, pero Neumann imaginó una solución personal que lo integrara en la nave longitudinal de la iglesia y lo situara en el centro geométrico del templo. Tanta complejidad, tal superposición de formas diferentes (círculo, distintos tipos de óvalos…), con la consiguiente adaptación de muros y columnatas, no habría sido imprescindible, y sin embargo está muy a tono con la técnica musical del contrapunto y con el ambiente cultural de ese lugar y de ese momento. Sea como fuere, Vierzehnheiligen está considerada como una de las joyas del barroco-rococó alemán.
En París, sin embargo, el ambiente que se respiraba era de un refrescante viaje directo a la Antigüedad clásica, sin necesidad de hacer parada en los modelos del Renacimiento. Por primera vez desde antes de Cristo, Europa (excepto Italia, que por razones obvias sigue aferrada a la Roma antigua) vuelve la mirada a la Grecia clásica. En Francia, en concreto, se combinan con elegancia los elementos clásicos más distintivos con la herencia del estilo gótico que no había desfallecido desde el siglo XII.
Con estas intenciones y este desarrollo tan poco coincidentes, era de esperar que las impresiones que produjeran ambas plantas fueran del todo antagónicas: lo blando frente a lo duro, lo ondulado frente a lo recto, lo infinito frente a lo acotado, lo emocional frente a lo racional, lo pasado frente a lo futuro.
Y es que Vierzehnheiligen representa una concepción del mundo llamada a renovarse a finales de ese siglo, una concepción que ya se había dilatado en Centro Europa más que en regiones tan distantes como Inglaterra, Francia o España. Al igual que el barroco fue el primer estilo realmente universal, el neoclasicismo tenía la misma vocación de llegar a todos los rincones del mundo, y acabaría imponiéndose también en Alemania y Austria a principios del siglo XIX.
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